Una violenta revuelta en Haití ha puesto en el punto de mira al hombre que dirige el caos: un jefe de una banda homicida y ex policía llamado Jimmy “Barbacoa” Chérizier.
En las últimas dos semanas, las poderosas bandas de Haití han inducido el coma a un país que ya estaba con respiración asistida. Más de 3,800 delincuentes curtidos se fugaron de las dos mayores cárceles, el aeropuerto internacional ha sido parcialmente tomado y las bandas han intentado apoderarse del barrio administrativo de su capital, Puerto Príncipe.
Tras la reciente ola de violencia, el presidente en funciones, Ariel Henry, ha aceptado dimitir una vez que se haya creado un consejo de transición para dirigir el país. Henry se ha convertido en un paria de la política haitiana. Es un líder no electo, que asumió el poder después de que el presidente fuera asesinado en 2021, en un país económicamente en caída libre.
No está claro cómo se resolverá la actual crisis política. Pero Chérizier ha surgido de la insurrección armada como el líder más reconocible de Haití, y algunos sospechan que podría tener aspiraciones políticas. Ha afirmado que está librando una especie de guerra santa por el alma de Haití, devolviéndola “a las manos de su pueblo elegido, el haitiano de a pie abatido por años de abusos, racismo y corrupción”.
Sin embargo, hay una cuestión crucial. ¿Podrá Chérizier pasar de ser un temido jefe del hampa a un líder político legítimo?
La historia de Haití está repleta de líderes políticos con pasados muy dudosos, y los ciudadanos del país están acostumbrados a sus violentas maquinaciones. François “Papa Doc” Duvalier, un dictador despiadado que fue presidente del país entre 1957 y 1971, institucionalizó las bandas y las convirtió en parte de la vida cotidiana del pueblo haitiano.
Su milicia personal, los Tonton Macoute, tuvo licencia para secuestrar, torturar y matar a miles de haitianos durante su brutal reinado. A pesar de ello, Papa Doc gozaba de una gran admiración y afecto por parte de aquellos a los que dominaba con mano de hierro. Esto se debió, en gran parte, a su política de clientelismo y a su particular nacionalismo negro “de base”.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, Chérizier no es un extraño. Puede que sea un criminal homicida, pero también goza de un estatus de culto en Puerto Príncipe. Los murales de los empobrecidos barrios de chabolas que gobierna como su feudo privado lo asemejan al líder guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara. En un país donde escasean los grandes líderes, Chérizier es una figura descomunal.
Su alias, “Barbacoa”, que se ha ganado por su afición a quemar vivos a sus oponentes, le ha ayudado a forjarse una imagen de “tipo duro”, un rasgo esencial para cualquier aspirante a líder en este violento país. El último líder político importante de Haití, Papa Doc Duvalier, tenía muchos de estos rasgos.
Pero a diferencia de otros actuales líderes de bandas en Haití, Chérizier es un hombre con cerebro. Es elocuente, consciente y piensa a lo grande. Lejos de ser un jefe de banda tradicional que vive en la penumbra, busca activamente ser el centro de atención.
Le gusta conceder entrevistas y se esfuerza al máximo por impresionar al público con su celo político revolucionario. En el último año, ha recibido a reporteros extranjeros en los barrios de Puerto Príncipe controlados por las bandas para intentar justificar la sublevación. Según Chérizier, su estilo de política callejera violenta responde perfectamente a las necesidades del momento.
Perspicacia política
La actual inestabilidad política en Haití ha sido fabricada en gran parte por Chérizier y las bandas que lidera como una estrategia de supervivencia inteligentemente pensada. Pero también se basa en una astuta lectura del sentimiento nacional haitiano y del estado de ánimo popular.
En 2023, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el despliegue de una fuerza multinacional de mantenimiento de la paz dirigida por Kenia en Haití para controlar a las bandas y su espiral de violencia.
El secretario general de la ONU, António Guterres, subrayó que es necesario un “uso enérgico de la fuerza” para desarmar a las bandas y restablecer el orden. Sin embargo, la misión se estancó posteriormente.
Con toda probabilidad, una intervención de este tipo socavaría gravemente el poder de las bandas haitianas. Así que, por un lado, la decisión de Chérizier de provocar una revuelta política puede verse como una estrategia planificada para ahuyentar a cualquier fuerza externa que intente imponer el orden.
Pero los haitianos se han opuesto tradicionalmente a cualquier intervención extranjera en sus asuntos internos, independientemente del estado de desorden o caos. Como pueblo ferozmente independiente, se enorgullece de ser la primera república negra surgida tras una revuelta de esclavos exitosa durante el apogeo del colonialismo europeo.
Chérizier ha aprovechado la impopularidad de Henry y su controvertida decisión de desplegar agentes de policía extranjeros en el país para suscitar un violento fervor nacional por el cambio político. En una videollamada a ABC News el 11 de marzo, dijo: “El primer paso es derrocar a Ariel Henry y después empezaremos la verdadera lucha contra el sistema actual, el sistema de oligarcas corruptos y políticos tradicionales corruptos”.
En el pasado, Chérizier propuso su propio “plan de paz”. Ha exigido que los miembros de las bandas reciban una amnistía total y que el país sea gobernado por un “consejo de sabios”, dando a entender que líderes como él tendrían un papel político formal.
Con Henry ya fuera de la escena política, la posibilidad de que los haitianos se vean obligados a aceptar un resultado así puede no ser descabellada después de todo.
Por Amalendu Misra, Professor of International Politics, Lancaster University
Este artículo se vuelve a publicar de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lea el artículo original.